Hay varios motivos por los ciclistas se afeitan las piernas, en lo personal no lo acostumbro, nunca lo he hecho. Muchos consideran que es para niñas, (eso y poner licras), pero si algunos lo hacen y lo siguen haciendo, por algo será. No creo que esto implique una gran ventaja en competencias y estoy 100% seguro que los pelos nos sirven a modo de sensores para percibir la cercanía de algún objeto extraño o insecto que nos pueda hacer daño, pero, algún día me afeitaré las piernas, nomás para experimentar que chingaos se siente, ya ven que "la curiosidad mató al gato".
Aqui les presento unas "ventajas" de afeitarse las piernas:
Beneficio aerodinámico: En una época de pruebas en túnel de viento, dermotrajes y llantas aerodinámicas, cualquier cosa ayuda a la hora de marcar a la resistencia del aire, los estudios han demostrado que las piernas afeitadas recién son más rápidos que la alternativa peluda natural.
Se hace el masaje más cómodo: Al tomar ventaja de la
reparación muscular, para una masajista vale la pena tener un cliente
con menos pelo - menos pelo significa menos aceite y el dolor es
potencialmente menos.
Es más fácil para el tratamiento de accidentes en la carretera: Extracción de yesos y vendajes por caídas en piernas dañadas nunca va a ser una experiencia agradable, pero una cosa que puede mejorar significativamente es que quien tiene menos pelos que le tiren, sufrirá menos y la cicatrización sera menos molesta.
Tradición | Debido a que todo el mundo lo hace: Durante más de un siglo, los ciclistas se han afeitado las piernas y, como resultado de esto, es visto por muchos como una señal de dedicación y compromiso con el deporte, es una forma de asegurar un ciclista que se percibe como una “ciclista serio”. Es la moda, la tradición.
He aquí algo de historia sobre el tema:
Le llamaban "el diablo rojo", aunque su verdadero nombre era Giovanni Gerbi un campeón de los primeros años del siglo XX que, amén de por sus grandes victorias, ha pasado a la historia de este deporte porque tuvo la brillante idea de buscar un mayor aerodinamismo afeitándose las piernas e incluso la cabeza.
Por desgracia, en los primeros tiempos del ciclismo los velocipedistas sufrían una atroz carencia de iniciativas. El suyo era un deporte tan propenso al coraje como alejado del método. Entonces, los velocipedistas salían a la carretera a la buena de Dios, sin haber practicado un entrenamiento racional en la mayoría de los casos (en la primera París-Brest-París, carrera de 1891 disputada sobre 1196 km, la mayoría de los participantes confesó que no había cubierto jamás más de 100 kilómetros en bicicleta) y sin los menores conocimientos de unos hábitos racionales de alimentación deportiva.
Pero fue pasando el tiempo y, lógicamente, el velocipedismo fue evolucionando. Así, los ciclistas comenzaron a tener masajistas y entrenadores y vieron que la mata de pelo que cubría sus piernas impedía que pudiesen recibir un buen masaje con ungüentos, al tiempo que proporcionaba dificultades en caso de caídas porque las postillas se agarraban a los pelos.
El Pionero
La solución al problema la dio Giovanni Gerbi, un ciclista hoy olvidado, pero que tuvo una importancia capital en la evolución del ciclismo tal y como lo entendemos hoy en día. Nacido en Asti (Italia) el 4 de junio de 1885, Giovanni Gerbi, que entre otras carreras ganó el Giro de Lombardía de 1905 y el Giro del Piamonte en 1906, 1907 y 1908, fue un pionero del ciclismo italiano y un bravo defensor de las nuevas ideas. De hecho, entre sus genialidades figuran la de reconocer el recorrido antes de las carreras para elegir el desarrollo más apropiado; investigar el estado de forma de sus rivales en carreras anteriores; vestirse en carrera con un maillot de seda en vez de las habituales camisas de algodón que portaban el resto de corredores y, sobre todo, ser el primero en afeitarse las piernas e incluso la cabeza, buscando un rudimentario aerodinamismo. La primera vez que salió de esta guisa a la carretera fue en 1903 en la Milano-Alessandria, carrera en la que ganó no sólo una victoria, sino un apodo, "El Diablo Rojo", en alusión al color de su maillot.
Pero la idea de Gerbi –ese rasurado que dejaba las duras piernas de un ciclista como las nalgas de un bebé– no prosperó. Se perdió en el tiempo ante la ignorancia y el miedo al ridículo de la mayoría de sus contemporáneos. Habría que esperar veintiséis años para que otro ciclista, también italiano, retomara la idea. Ocurrió en 1929, cuando el romano Leonida Frascarelli, tercero en el Giro de aquel año y ganador de dos etapas en el de 1930, volvió a las andadas afeitándose sus musculosas y bien torneadas extremidades.
Sus compañeros de equipo, el Ideor-Pirelli, se mostraron incrédulos, aunque no tanto como los cronistas de la época que ironizaron sobre el aspecto de este nuevo Sansón. Por decirlo de alguna manera, para ellos un corredor ciclista era el paradigma de la fortaleza y la capacidad de sufrimiento y por lo tanto debía tener el aspecto adecuado a sus virtudes, corresponder a la representación cultural del mundo atlético del que formaba parte. Por suerte para el progreso de este deporte, las ideas de Gerbi y Frascarelli acabaron por imponerse, no sin antes vencer una necia resistencia por parte de aquellos que únicamente veían en esta práctica un simple efecto estético –que, dicho sea de paso, también lo tiene–.
Las ventajas
Pero no, sería simplista decir que el depilado de las piernas de un ciclista es un mero ejercicio de coquetería. Es algo más, bastante más. Con el depilado se gana aerodinamismo, al igual que un maillot pegado al cuerpo tiene un CX (coeficiente de penetración aerodinámica) mayor que otro holgado. Desde el punto de vista médico también es cierto que unas piernas depiladas presentan menos riesgo de infección en caso de sufrir heridas y facilitan la limpieza de las mismas. El afeitado también es un requisito que ayuda notablemente a la hora de recibir un buen masaje. Depilados, las manos del masajista resbalan mejor sobre nuestros músculos y la crema entra más rápidamente en la piel sin formar esos molestos grumos que se originan cuando hay vello. Y también, por qué negarlo, está la satisfacción estética que produce contemplar unas piernas lisas, musculosas y bien torneadas.
Por desgracia, en los primeros tiempos del ciclismo los velocipedistas sufrían una atroz carencia de iniciativas. El suyo era un deporte tan propenso al coraje como alejado del método. Entonces, los velocipedistas salían a la carretera a la buena de Dios, sin haber practicado un entrenamiento racional en la mayoría de los casos (en la primera París-Brest-París, carrera de 1891 disputada sobre 1196 km, la mayoría de los participantes confesó que no había cubierto jamás más de 100 kilómetros en bicicleta) y sin los menores conocimientos de unos hábitos racionales de alimentación deportiva.
Pero fue pasando el tiempo y, lógicamente, el velocipedismo fue evolucionando. Así, los ciclistas comenzaron a tener masajistas y entrenadores y vieron que la mata de pelo que cubría sus piernas impedía que pudiesen recibir un buen masaje con ungüentos, al tiempo que proporcionaba dificultades en caso de caídas porque las postillas se agarraban a los pelos.
El Pionero
La solución al problema la dio Giovanni Gerbi, un ciclista hoy olvidado, pero que tuvo una importancia capital en la evolución del ciclismo tal y como lo entendemos hoy en día. Nacido en Asti (Italia) el 4 de junio de 1885, Giovanni Gerbi, que entre otras carreras ganó el Giro de Lombardía de 1905 y el Giro del Piamonte en 1906, 1907 y 1908, fue un pionero del ciclismo italiano y un bravo defensor de las nuevas ideas. De hecho, entre sus genialidades figuran la de reconocer el recorrido antes de las carreras para elegir el desarrollo más apropiado; investigar el estado de forma de sus rivales en carreras anteriores; vestirse en carrera con un maillot de seda en vez de las habituales camisas de algodón que portaban el resto de corredores y, sobre todo, ser el primero en afeitarse las piernas e incluso la cabeza, buscando un rudimentario aerodinamismo. La primera vez que salió de esta guisa a la carretera fue en 1903 en la Milano-Alessandria, carrera en la que ganó no sólo una victoria, sino un apodo, "El Diablo Rojo", en alusión al color de su maillot.
Pero la idea de Gerbi –ese rasurado que dejaba las duras piernas de un ciclista como las nalgas de un bebé– no prosperó. Se perdió en el tiempo ante la ignorancia y el miedo al ridículo de la mayoría de sus contemporáneos. Habría que esperar veintiséis años para que otro ciclista, también italiano, retomara la idea. Ocurrió en 1929, cuando el romano Leonida Frascarelli, tercero en el Giro de aquel año y ganador de dos etapas en el de 1930, volvió a las andadas afeitándose sus musculosas y bien torneadas extremidades.
Sus compañeros de equipo, el Ideor-Pirelli, se mostraron incrédulos, aunque no tanto como los cronistas de la época que ironizaron sobre el aspecto de este nuevo Sansón. Por decirlo de alguna manera, para ellos un corredor ciclista era el paradigma de la fortaleza y la capacidad de sufrimiento y por lo tanto debía tener el aspecto adecuado a sus virtudes, corresponder a la representación cultural del mundo atlético del que formaba parte. Por suerte para el progreso de este deporte, las ideas de Gerbi y Frascarelli acabaron por imponerse, no sin antes vencer una necia resistencia por parte de aquellos que únicamente veían en esta práctica un simple efecto estético –que, dicho sea de paso, también lo tiene–.
Las ventajas
Pero no, sería simplista decir que el depilado de las piernas de un ciclista es un mero ejercicio de coquetería. Es algo más, bastante más. Con el depilado se gana aerodinamismo, al igual que un maillot pegado al cuerpo tiene un CX (coeficiente de penetración aerodinámica) mayor que otro holgado. Desde el punto de vista médico también es cierto que unas piernas depiladas presentan menos riesgo de infección en caso de sufrir heridas y facilitan la limpieza de las mismas. El afeitado también es un requisito que ayuda notablemente a la hora de recibir un buen masaje. Depilados, las manos del masajista resbalan mejor sobre nuestros músculos y la crema entra más rápidamente en la piel sin formar esos molestos grumos que se originan cuando hay vello. Y también, por qué negarlo, está la satisfacción estética que produce contemplar unas piernas lisas, musculosas y bien torneadas.
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