La mujer y la bicicleta, un binomio que cambió la historia.


Aunque ahora sea uno de los medios de transporte más queridos, no siempre hombres y mujeres pudieron disfrutar por igual de montar en bici. Una actividad que en los primeros años de la historia de este vehículo, estaba destinada completamente al género masculino. Pero todo cambió a finales del siglo XIX.

Las primeras bicicletas con pedales aparecieron por primera vez allá por 1870, lo que suponía un avance considerable teniendo en cuenta que permitía avanzar montado con más posibilidades de no sufrir una caída antes de llegar al destino elegido. Los “velocípedos”, con una rueda más grande que otra, dejaban paso a bicicletas con ruedas de igual tamaño y cadenas que transmitían la energía del pedal a la rueda trasera. Todo ello aportaba mayor seguridad y, al mismo tiempo, dotaba de cierto estilo a quienes se atrevían a pasear en estos nuevos vehículos.

Poco a poco, cada vez más mujeres de clase alta se iban atreviendo a montar en bicicleta, siendo la valoración al respecto era más que satisfactoria. Al fin y al cabo, se trataba de un invento que posibilitaba desplazarse con libertad, rapidez y eficiencia, lo que al mismo tiempo significaba dejar a un lado el enclaustramiento en el hogar familiar al que estaban sometidas por aquel entonces.

Esa misma costumbre tradicional es la que provocaba las constantes miradas atónitas en la calle ante el paso de mujeres montadas en bicicleta, una experiencia para aquellos tiempos que llamaba la atención de todos los testigos que se encontraban en su camino de disfrute. No era distinta la reacción ante otros comportamientos femeninos que se tenían censurados, como caminar deprisa, hablar alto o mover demasiado los brazos. Todos ellos suponían el rechazo de una mayoría que entendía que derivaban de una actitud femenina impropia...

Esta opinión generalizada no achantaría a las mujeres aficionadas a la bicicleta, que cada vez iban siendo más numerosas. La sorpresa pasó poco a poco a convertirse en costumbre y la popularidad de estos vehículos fue aumentando en el sector femenino, gracias también a la caída de su coste. Y es que la imagen femenina estaba sufriendo un evidente cambio que rompía con las reglas de comportamiento que en aquella época se daban por implantadas casi de manera implícita.

Aunque esa arraigada mentalidad iría desapareciendo, ello llevaría tiempo y los primeros pasos no fueron sencillos para las primeras mujeres ciclistas o amantes de la bicicleta. Pedradas, insultos, agresiones y escándalos asolaban a estas personas. Hasta los sanitarios desaconsejaban esta actividad para el organismo femenino, alegando que podía provocar esterilidad u otros trastornos.

Prejuicios que obtuvieron su mayor auge en la vestimenta de la primera mujer ciclista, que incorporaba vestidos pesados y corsés tan apretados que era difícil no sufrir un desmayo mientras pedaleaban. Esto provocó la aparición de los denominados bloomers, pantalones anchos diseñados por Amelia Bloomer para la mayor comodidad de estas ciclistas que supusieron gran polémica por ser demasiados “pecaminosos”. Así se atrevían a calificarlos los sacerdotes, pero también fueron prohibidos en diferentes establecimientos como colegios o cafeterías. Pero ya nada frenaría un avance de la emancipación femenina que con el paso del tiempo iría en aumento.

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